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Anette caminaba cada mañana con paso decidido hacia la escuela secundaria donde enseñaba literatura. Aunque su sonrisa no faltaba jamás al entrar al aula, algo en sus ojos revelaba el peso de la rutina, de una vida que parecía consumirla poco a poco entre papeles, alumnos distraídos y cafés mal preparados. Su alma anhelaba algo más, algo que no sabía nombrar, a veces se sentía vacía.
Piere, en cambio, flotaba por la ciudad como un naufrago sin orilla. Había sido abogado, pero tras un caso fallido y una crisis personal que arrasó con su confianza, se reinventaba a diario: hoy repartía comida, mañana ayudaba con mudanzas, pasado arreglaba enchufes. Su dignidad, aunque golpeada, aún le quedó intacta. Su mirada era astuta, cansada, pero curiosamente esperanzada, su positivismo era abrumador para el mismo, pero si no lo tuviera sería un mar de lágrimas.
Dos almas diferentes o similares, depende quien los mire, se conocieron por accidente o tal vez por necedad del destino. Un día, Anette olvidó su bolso en una cafetería de barrio, Piere lo encontró y, sin pensarlo mucho, decidió devolvérselo en persona. Ese gesto simple desató una cadena de encuentros. Al principio eran breves, casi incómodos: un saludo, una sonrisa, un comentario tímido sobre el clima o los libros. Pero algo en la forma en que se miraban comenzó a cambiar el ritmo de esos encuentros, comenzaron a sincerarse al otro, dejando sus almas expuestas.
Café tras café, para ser exacto, taza tras taza de chocolate caliente, gusto en el cual comulgaron ambos, conversación tras conversación, se descubrieron mutuamente. Anette se reía con facilidad cuando estaba con Piere, se sentía ligera, como si por fin alguien la viera más allá de su rol de profesora. Piere, por su parte, se sorprendió pensando en ella mientras lavaba platos o esperaba en una esquina para el siguiente encargo. No entendía cómo alguien como ella podía querer escucharlo, pero lo hacía.
Las caricias llegaron con la misma naturalidad, que no se sintió un cambio aparente en la dinámica de los dos, estaban mas cerca, un paso mas cerca cada vez. Un día, después de una caminata bajo la lluvia, sus manos se rozaron sin querer... y no se soltaron más. Los besos llegaron tímidos al principio, luego urgentes, luego llenos de una ternura que rozaba lo sagrado, al final la lluvia jugo un papel mientras sus cuerpos mojados bajo la excusa de buscar calor, no tardaron en conocerse también en la piel, con una pasión inesperada.
Desde entonces, algunas noches eran puro deseo, un choque de cuerpos y alientos, sin palabras. Otras veces eran, casi ceremoniales, donde cada gesto era una confesión muda y lenta.
Así, entre el agobio de la vida y las heridas del pasado, Anette y Piere fueron encontrando un refugio el uno en el otro. Un espacio donde no eran ni profesora ni abogado, ni fracasos ni deberes, sino simplemente dos seres aprendiendo a tocarse sin romperse.
A veces solo pelearon por tonterías encontrando tal acto como divertido porque crearon reglas, que colgaron en algún lugar del que fue su nido de amor: Regla 1: si queremos discutir se siguen los siguientes términos, nunca se alzará la voz, siempre se escuchan los argumentos del otro, se comparan puntos en común y de no poder solucionarlo buscaran la opinión de un tercero. Regla 2: Nunca se puede terminar un día en conflicto, quien iniciara el problema deberá buscar el modo para que otro pueda sonreír un poco. Regla 3: no te olvides que tú tienes sentimientos pero tu pareja también los tiene, recuérdalo porque no somos de piedra.
Regla 4: la memoria es frágil, anota las cosas importantes en el calendario y añade las notas que necesites sobre los diferentes temas. Regla 5: recuerda que ambos tenemos peso en la relación, si llegamos a un acuerdo debemos cumplirlo y en caso de no ser posible, debemos avisar al otro y compensarlo. (el sexo puede ser incluido en la compensación)
La regla 5 podría haber sido mal usada varias veces, pero al final del día, eran pequeños detalles.
Docwolf01 · Thu May 22, 2025 @ 06:41pm · 0 Comments |
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